Si les preguntamos a Mike Towers o Rauw Alejandro qué es para ellos la curiosidad, nos dirían que: La curiosidad me mata y no aguanto/ Ya te quiero tener, solo dime cuándo/ (…) / Hace tiempo tengo ganas de tocarte/ Y es que tu arrebato me tiene loco/ Y cuando veo tu foto me desenfoco/ Dicen que es de loco’ lo de nosotro’/ Y no saben lo que pasa cuando te toco. Pero a lo mejor, si nos detenemos a pensar en qué es exactamente la curiosidad, cambiamos un poco el POV, nuestro punto de vista.
Podríamos describirla como ese impulso natural que todos tenemos de querer aprender más sobre el mundo que nos rodea. Es como una especie de hambre de conocimiento, una sed de entender cómo funcionan las cosas y por qué suceden como suceden. ¿Por qué las vacas no vuelan? ¿Por qué comemos trozos de pizza triangulares de una pizza redonda en una caja cuadrada? o ¿cómo se forman las estrellas? En todas ellas estamos poniendo en marcha la curiosidad. (Si sabéis las respuestas, las podéis dejar en comentarios)
Este impulso natural al saber más no solo nos lleva a buscar respuestas, sino que también está estrechamente relacionado con nuestra imaginación. Cuando estamos interesados en algo, nuestro cerebro se activa y empieza a generar ideas y soluciones nuevas. Es como si encendiéramos un interruptor que despierta todo tipo de pensamientos que vamos creando en nuestro cerebro.
Tus preguntas te han traído hasta aquí
Dirás, ¿qué tiene que ver la pornografía con la curiosidad? La realidad es que están más entrelazadas de lo que podríamos imaginar. Al igual que la curiosidad nos impulsa a explorar el mundo que nos rodea, también juega un papel fundamental en nuestra comprensión y vivencia de la sexualidad. Para Loewenstein, la teoría del vacío afirma que la curiosidad surge de una inconsistencia o vacío en el conocimiento, lo que provoca un sentimiento de malestar que, a su vez, lleva a la búsqueda de información para llenar el vacío. Aquí es donde entramos en el juego: la pornografía es un estímulo que responde a nuestra curiosidad por la sexualidad.
Desde pequeños, experimentamos una curiosidad natural sobre nuestros cuerpos y sobre el tema de la sexualidad. Comenzamos a hacer preguntas sobre nuestras diferencias físicas o sobre por qué se sienten ciertas sensaciones en el cuerpo o “¿por qué Juan tiene pito y María no? Esta curiosidad inicial es una parte natural y saludable del desarrollo sexual. La curiosidad ha de tener un lugar donde encontrar respuestas, un adulto al que dirigirse, un profesor al que acudir, conversaciones en casa en las que se pueda preguntar sin miedo, en definitiva, una educación sexual que proponga, explique, anime y enseñe con naturalidad, sin tabúes y con respeto.
Mejor “Oye, Siri” que “Oye, hijo”
Sin embargo es en este momento, cuando, en muchas ocasiones, Internet responde antes de que los educadores lleguen para anticiparse: “Oye, Siri, cómo nacen los bebés”, “Oye, Siri, qué es el sexo”, “Oye, Siri qué significa follar”, “Oye, Siri,…”. ¿Pero, y qué ha pasado? Las preguntas y el interés quedaron en manos del “sabelotodo” de Internet… y “la curiosidad mató al sexo” porque lo convirtió en pornografía.
¡El interés que nos despierta la sexualidad es natural, sano y necesario! El problema viene cuando esa curiosidad por conocer no encuentra respuestas que sacien la inquietud. Cuando la pornografía se convierte en la guía de respuesta a la sexualidad del ser humano, en vez de aumentar la curiosidad la acabamos quemando, porque nos encontramos en los vídeos XXX estímulos que sobrepasan nuestras preguntas. Y es en este instante cuando se difumina la finísima línea entre la curiosidad y el morbo, entendido “morbo” como esa atracción o interés excesivo hacia imágenes, situaciones o individuos de tipo violento, peligroso o inusual. De forma clara y concisa: la curiosidad por la sexualidad se convierte en morbo con la pornografía. Además, la pornografía cierra las puertas de par en par a la imaginación, porque ofrece imágenes, vídeos, ideas, posturas, mujeres y hombres que se alejan mucho de la realidad en la que empezamos a explorar, a relacionarnos y a conocer.
Pero en realidad, la curiosidad es una fuerza increíblemente poderosa que impulsa nuestro deseo de aprender y explorar. Nos lleva a descubrir cosas nuevas, a entender mejor el mundo que nos rodea y, en última instancia, a crecer como personas.
Por todo ello, hace falta crear espacios en los que la curiosidad no solo pueda surgir con espontaneidad y naturalidad, sino que también pueda encontrar estímulos que la aumenten y la encaucen. La curiosidad convierte a la sexualidad en un tesoro, pero si la pornografía se entromete en su búsqueda, nos costará mucho más reconducirnos y descubrirlo.