Es más habitual el consumo problemático de pornografía entre hombres que entre mujeres. Por eso son necesarios testimonios como este, de una mujer, para que ellas tengan la ayuda adecuada, los recursos oportunos y la información precisa para poder afrontar este proceso. Si un hombre debe ser valiente para dar el primer paso, la mujer todavía más. Gracias, Lucía, o como te llames en realidad, por lanzar este mensaje tan necesario para tantas mujeres.
Me encantaría no haber escrito esto nunca, porque de ser así no habría pasado por tanto. Si a la chica inocente que era hace unos años le llegan a decir que caería en una adicción, no podría ni imaginárselo.
Soy una chica normal, como tú, que me estás leyendo. Tengo la suerte de haber tenido una infancia con apoyo de mis padres, no fui la chica más popular del colegio y siempre he sido de pocos amigos. Supongo que eso fue así por mi timidez y el bullying. En todo este ambiente, mis compañeros de instituto ya habían probado casi todo: desde un pico hasta morreos pasando por toda clase de líos sexuales. Yo, por el contrario, a mis 20 años (ya en etapa universitaria) nunca había dado un beso ni había tenido una primera cita con ningún chico. Esto parece una tontería, pero verse “invisible” frente al resto y tener gustos diferentes de sexualidad (dado que siento atracción hacia otras chicas más que por los chicos), hace que una busque amor y deseo en donde sea posible. Por si fuera poco, en mi casa la sexualidad siempre se ha tratado como un tabú, mi madre me decía que pasase de cualquier tema sexual; pero mientras yo escuchaba en el instituto y en la universidad todo tipo de palabras sobre ello. Intenté pasar, pero al ser una persona muy nerviosa, la curiosidad entró en juego y ahí descubrí la masturbación. Lo que parecía un gesto natural (por el deseo humano) se fue convirtiendo en mi pequeña dosis de dopamina durante las noches. Me sentía tan sola en la universidad, con poquísimas amistades y sin nadie que me “mirase”, que ese momento de placer eliminaba esa soledad creciente.
Mucha gente no es consciente de que vivimos en una sociedad hipersexualizada: basta con ir por la calle y que, en algunas farmacias, se anuncie con total naturalidad un satisfayer. No nos damos cuenta de que estamos haciendo totalmente visible una sexualidad a cualquier edad, de forma que la libertad se va convirtiendo en libertinaje y así se distorsiona una buena perspectiva de la sexualidad sana. Algo así me sucedió a mí: como todo ser humano siempre busco más y más, porque nunca estamos conforme con lo que tenemos. Cuando escuché a mis compañeros de universidad hablar, entre risas, de porno, no supe muy bien por qué se reían de aquello. Y ahí salió de nuevo mi faceta curiosa y busqué en internet para saber de qué trataba. Si llego a saber que un video de dos personas teniendo sexo me generaría aquella adrenalina, en la vida lo habría hecho. Me da mucha vergüenza admitirlo pero aquello me generó mucho placer: era gratificante ver que dos personas se desean. Por extraño que parezca, ver aquellas imágenes junto con masturbación, hacía que me sintiera deseada por alguien. Y aquí empezó un laberinto que me fue enredando cada vez más. De tal modo, que casi todas las noches recurría a más vídeos, sin darme cuenta cada vez más intensos y morbosos. Durante el día era la persona más normal del mundo, con estudios, trabajo, alguna salida con amigos y familiares, etc. Pero por la noche desaparecían todas esas máscaras y mi yo más solitario daba rienda suelta a su imaginación en aquella oscuridad. Tras aquellos momentos de “subidón”, borraba el historial del móvil y lo apagaba, para no dejar rastro de aquella acción. No recuerdo cuanto tiempo exacto estuve durmiendo así cada noche, pero al día siguiente me notaba sin fuerzas. Lo peor es que ese deseo sexual se apoderaba de mí y, sin quererlo, me venían todas esas imágenes pornográficas a la cabeza, recordaba de memoria cada nombre de los actores y actrices que me llamaban la atención y estaba deseando de nuevo que llegara la noche para repetir mi rutina.
El tiempo pasaba y yo seguía sin cambiar aquella dinámica. Quizá esto no lo entienda mucha gente, porque hay cosas que para comprenderlas debes vivirlas en tu propia piel. Pero el tiempo tiene la capacidad de hacernos ver las cosas desde una nueva perspectiva. Recuerdo levantarme una mañana, mirarme al espejo y no reconocerme: había pasado de ser esa chica que sueña con un amor bonito a una persona que se creía autosuficiente con esas dosis de dopamina tóxica. En ese momento rompí a llorar frente al espejo y, con más miedo que vergüenza, busqué ayuda psicológica.
En mi vida había ido a un psicólogo ni confiaba en aquello; pero cuando sientes que has perdido tu rumbo y algo te domina (en este caso la pornografía), debes aferrarte a lo que sea para cambiarlo. Mis primeras visitas a la psicóloga no fueron nada fáciles: admitía que tenía un problema con la masturbación pero no confesaba haber visto pornografía. Pensaba que controlando mi deseo sexual, la pornografía desaparecería. Es más, sabía que normalmente la mayoría de consumidores suelen ser chicos; y eso me daba más vergüenza. Lo que no sabía es que no se trataba de controlar mi deseo sexual, sino de eliminar esa pornografía porque ella era quien me dominaba.
Entonces, finalmente lo admití y así pude ir saliendo poco a poco de este pozo oscuro. Nadie podrá eliminar las imágenes que visualicé en el pasado, la abstinencia durante las noches de “deseo” y la soledad que sufrí para afrontar mi adicción. Pero si hago un balance de la situación, me siento ciertamente tranquila de superar aquello porque el porno nunca aporta nada. El porno mata por dentro, aunque por fuera los demás no lo vean. El porno te roba tiempo de calidad de tu día a día, te quita el sueño reparador y malgasta tu energía. El porno daña tu cerebro, cambia tu conducta humana y distorsiona tu percepción de otras personas. El porno daña tu autoestima, es como un “amigo tóxico” que por unos momentos te hace sentir pleno, pero el resto de tu vida te machaca por dentro. El porno no es educación sexual como otros creen, no es diversión ni el disfrute para sentirse un macho alfa. El porno no distingue entre hombres o mujeres, todos podemos sufrirlo. El porno destruye el alma y tu valor como persona.
A día de hoy sigo cruzando dedos por no volver a caer en esa maldita trampa, aunque tenga la tentación (en momentos de bajón) de recurrir a ello y viva eternamente con un bloqueador en mi móvil y pc para evitarlo. Sigo pensando que las instituciones deberían luchar frente a la pornografía con más medios, eliminar el acceso gratuito a ese tipo de material y abolir una industria que cosifica a la persona.
Si estás pasando por esto, que sepas que no eres la única persona. Y si además eres mujer, ánimo guerrera porque no estamos solas (aunque muchas veces nos sintamos así); a mí me habría gustado ver que no soy la única chica que ha transitado este camino y deseo con que algún día se visibilice más que las mujeres también podemos sufrir esta adicción.
No me considero una triunfadora frente a este maldito “virus” que se ha normalizado en esta sociedad, pero con que mis palabras ayuden a alguien me daría por satisfecha. Ojalá otras personas tengan unos padres, ayuda y una educación sexual que les ayude a evitar la droga silenciosa disfrazada de placer de este siglo XXI.
Gracias por tu testimonio. Estoy seguro de que no estás sola y aunque ésta lacra afecte más a hombres que mujeres, nadie está libre de caer. Eres muy valiente exponiendo tu testimonio. Probablemente, cuando nos estudien en el futuro, el porno se verá como ahora vemos a los estragos que la heroína causó en los 80-90 del pasado siglo. Falta mucho camino por recorrer, mucha educación e intervención de las administraciones para atajar ésta pandemia. Mucho ánimo con tu recuperación. Eres un ejemplo para seguir tus pasos
Hola chica valiente como parece que se necesita ser eliminar cualquier adicción de tu vida. Si eres una persona y no un blog hecho con IA, m e gustaría saber cuál es el problema real que deriva de la adicción pornográfica pues sentir adrenalina, energía etc. no veo en sí que sea un problema, y esto puede ser una incapacidad por mi parte para verlo, pues en otras adicciones además de la adrenalina u otro neurotransmisor energizante, además de quizá una «falsa sensación de autonomía o de poderío» lo que ello conlleva es un deterioro cognitivo o social grande, lo cual no parece desprenderse de tu relato. De ahí mi pregunta, pues como profesional que voy a trabajar en breve sobre estos temas con adolescentes, me gustaría saber un poco más sobre este tema, y por eso me ha interesado tu artículo, y si no es el foro adecuado para responderme lo entenderé y sí te agradecería que me dieras información donde indagar sobre esta problemática. Muchas gracias!!!