La Real Academia Española define intimidad como “amistad íntima” y en su segunda acepción recoge: “zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia”. En general, reconocemos que algo es íntimo cuando genera conexión, cercanía y comprensión tanto con uno mismo como con otras personas. Algo íntimo es algo que forma parte de nuestro mundo interior; por eso, las personas con la que decidimos compartir intimidad son personas que consideramos merecedoras de esta gran confianza, ante las que elegimos mostrarnos vulnerables. Pero esta percepción de lo íntimo no se refiere solo al interior de la persona, sino que abarca también el cuerpo.
Entendemos que somos un continuo, donde el cuerpo, los afectos y emociones, el espíritu no van por libre, sino que juntos constituyen un todo. Por esto, el cuerpo forma parte de la intimidad personal de cada uno. Lo corporal, de hecho, se corresponde con una imagen visible de nuestra persona, un reflejo de nuestro yo personal.
La sexualidad, en este aspecto, está intrínsecamente unida a la intimidad. Aunque el cuerpo es nuestra parte más visible y externa, también es la que guarda o protege esa intimidad. Por eso, el acto sexual no es un mero encuentro físico, sino que implica un proceso psicológico y relacional, una entrega a la otra persona. Es importante conocer al otro de manera saludable, aprender a admirar su persona (tanto interior como exteriormente) con el fin de generar esa complicidad necesaria de una relación sexual satisfactoria. La intimidad de la pareja, de esta forma, no es simplemente un contacto sexual, sino que conlleva conocerse uno al otro, complacer a tu pareja y que ella también lo haga, comunicación sana, admiración mutua, así como compartir gustos, valores y buscar actividades y espacios agradables para ambos. El acto sexual expresa lo que las palabras no alcanzan a expresar: nuestro yo más íntimo. Pero para que sea completo, cuerpo y espíritu tienen que ir en sintonía.
Con la pornografía, se rompe la intimidad de las relaciones, ya que se expone lo íntimo fuera de lugar, fuera de escena (de aquí la palabra obscena), anulando la conexión física y emocional entre las personas. Se rompe con esa relación continua entre lo corporal, lo emocional y lo espiritual. El cuerpo va por libre, ajeno a la historia de la persona, a sus sentimientos, aspiraciones, debilidades, etc. Asimismo, se rompe también con el respeto de los límites del individuo durante el acto sexual porque se elimina la comunicación entre las personas, en imágenes parece que todo está permitido y es placentero.
En este sentido, cabe destacar la importancia de cultivar la interioridad y valorarla como el primer paso para proteger y defender la intimidad. De la misma manera que instintivamente preservamos nuestra intimidad, también debemos respetar la de otros. Forzar a alguien a manifestar su “yo más íntimo” en contra de sus deseos es probablemente la manera más violenta de atentar contra la dignidad de la persona, porque es exponerla públicamente y privarla de lo que solo le pertenece a ella, su intimidad.