Ted Bundy, uno de los peores y más peligrosos violadores y asesinos en serie de mujeres de Estados Unidos, fue ejecutado en 1989. Un día antes de su muerte, el 23 de enero, pidió ser entrevistado por James Dobson, psicólogo. En esa conversación muestra su arrepentimiento y deja un mensaje directo sobre las consecuencias de lo que uno ve, oye, lee desde la infancia. Y aquí entra la pornografía, que fue según él causa de su devastadora vida.

Está claro que la influencia de la pornografía, y en particular la pornografía violenta, no afecta a todos por igual, y menos para llegar a esos extremos: hay muchos condicionantes, especialmente de salud mental. El mensaje de Bundy se dirige principalmente a las personas más propensas a consumir ese tipo de contenidos.

Con este artículo solo pretendemos mostrar el mensaje que dejó para la posteridad un hombre condenado a muerte por múltiples asesinatos, uno de los peores psicópatas de la historia de Estados Unidos. Es evidente que estamos ante un caso tan singular y extremo, que no se pueden extraer consecuencias ni reglas. Sirve, en todo caso, para presentar la condición humana, y asomarnos a su enorme complejidad, tan cerca del mal más absoluto como de la petición de perdón y arrepentimiento horas antes de morir.

30 años después, es un buen momento para recuperar algunos fragmentos de aquella entrevista, que se puede leer entera aquí.

 


 

Dobson: Eres culpable del asesinato de muchas mujeres y niñas.

Bundy: Sí, es verdad.

Dobson: ¿Cómo ocurrió? Cuéntame. ¿Cuáles son los antecedentes de tu comportamiento? Creciste en un hogar que tú considerabas sano. No abusaron de ti física, sexual o emocionalmente.

Bundy: No, y esa es la parte trágica de esta situación. Me crié en una casa maravillosa con dos padres dedicados y amorosos, y otros cinco hermanos y hermanas. Nosotros, como niños, éramos el centro de las vidas de mis padres. Íbamos habitualmente a la iglesia. Mis padres no fumaban, ni bebían ni apostaban. No había ningún tipo de abuso ni peleas en casa. (…).

Cuando tenía 12 o 13 años encontré, fuera de casa, en la tienda del barrio, una revista de porno suave. Los chicos de esa edad suelen explorar cada esquina del vecindario, y en el nuestro a menudo nos encontrábamos en la basura con libros más gráficos, más duros. Esto incluía también revistas de detectives, y me gustaría enfatizar esto. El tipo más dañino de pornografía -estoy hablando desde mi dura experiencia personal- es aquel que implica violencia sexual. La unión del sexo y la violencia, y lo sé muy bien, conduce a un comportamiento demasiado terrible de describir.

Dobson: Háblame de eso. ¿Qué se te pasaba por la cabeza en aquel momento?

Bundy: Antes de seguir, es importante que la gente crea que lo que digo es cierto. No estoy culpando a la pornografía. No estoy diciendo que me hizo hacer ciertas cosas. Toda la responsabilidad por las cosas que he hecho es mía, esa no es la cuestión. La cuestión es cómo este tipo de literatura contribuyó a moldearme y dar forma a mi comportamiento violento.

Dobson: Solo habías llegado hasta donde te dejaba tu fantasía, con material impreso, fotos, vídeos, etc, y después tuviste la necesidad de llevar eso al plano físico. Una vez que te hiciste adicto solo buscabas material más potente, más gráfico y más explícito. Como en cualquier adicción, cada vez necesitas algo más duro y que te dé un mayor sentimiento de excitación, (…). ¿Cuánto tiempo estuviste en ese punto antes de que llegaras a asaltar a alguien?

Bundy: Un par de años. Luchaba internamente contra mi comportamiento violento y mi instinto criminal. Esto me había condicionado en la iglesia, en el vecindario, y en los colegios. Sabía que no estaba bien pensar en ello, y hacerlo sin duda era peor. Estaba al límite, y los últimos vestigios de contención eran continuamente puestos a prueba.

Dobson: Antes de eso ¿nunca supiste de lo que eras capaz?

Bundy: No hay forma de describir la necesidad brutal de hacerlo, y una vez que has satisfecho esa necesidad y gastado esa energía, volvía a ser yo mismo. Básicamente era una persona normal. No era un tío de esos que se pasan el día por los bares, ni un pervertido de esos que ves y dices: «algo raro pasa con ese tipo». Era una persona normal, con buenos amigos. (…) Aquellos que hemos estado tan influenciados por la violencia en los medios, particularmente la violencia pornográfica, no somos monstruos. Somos vuestros hijos y maridos. Crecimos en familias normales. La pornografía puede llegar a cualquier niño de cualquier casa hoy en día. A mí me pasó hace 20 o 30 años, con todo lo diligentes y protectores que eran mis padres, incluso en un hogar cristiano como el nuestro, no hay protección alguna contra la tolerancia y la influencia de la sociedad…

Dobson: Sentías que el porno duro, y la puerta que conduce a él, el porno blando, está haciendo un daño que se silencia, y está causando que otras mujeres sean violadas y asesinadas como hacías tú.

Bundy: No soy científico, no pretendo creer lo que John Q. Citizen opina sobre esto, pero he vivido en prisión durante mucho tiempo, y he conocido a muchos hombres que se sentían motivados a cometer actos violentos. Todos ellos, sin excepción, estaban involucrados profundamente con la pornografía, consumidos por la adicción. El estudio del FBI sobre asesinos en serie muestra que el interés común entre todos estos asesinos es la pornografía. Es la verdad.

Dobson: ¿Cómo habría sido tu vida sin esa influencia?

Bundy: Sé que habría sido mucho mejor, no solo para mí sino para mucha otra gente, mis víctimas y sus familias. No hay duda de que habría sido una vida mejor. Estoy convencido de que no habría habido ningún tipo de violencia.

Dobson: Uno de los últimos asesinatos que cometiste fue el de la niña de 12 años Kimberly Leach. El clamor del público se oye mucho más sobre este caso porque una niña inocente de 12 años fue llevada del patio del colegio. ¿Qué sentiste después? ¿Sentiste las mismas emociones de siempre

Bundy: No puedo hablar de eso ahora mismo, es demasiado doloroso. Me gustaría poder contarte la experiencia, pero no soy capaz. No puedo ni siquiera imaginar el dolor de los padres de estas niñas y jóvenes a las que he dañado. Y no puedo resarcirlos de ningún modo. No pretendo que me perdonen, no lo estoy pidiendo. Ese tipo de perdón solo lo concede Dios.

Dobson: ¿Mereces el castigo que te ha impuesto el Estado?

Bundy: Es una buena pregunta. No quiero morir, no te voy a engañar. Sin duda merezco el castigo más duro que la sociedad me pueda imponer. Y creo que la sociedad merece ser protegida de mí y de otros como yo, seguro. Lo que espero que salga de esta conversación es que creo que la sociedad merece protegerse de sí misma.