Escribo un domingo por la noche a las 23:30h. Mi nombre es Álvaro, tengo 25 años y soy adicto a la pornografía.

(Así es como Álvaro comienza su testimonio, un joven de poco más de veinte años, cuyo nombre y edad han sido reemplazados para salvaguardar su identidad. Un chico que una vez fue un niño de 10 años que descubrió la pornografía, y ya no pudo dar marcha atrás. Una persona que, a raíz de sus vivencias, busca retomar el rumbo y transformar el ciclo vicioso en un ciclo virtuoso).

Mi historia con este comportamiento empezó a los 7 años. El sexo era un tabú en ese momento, y yo, un niño curioso, cada vez más me preguntaba por qué me decían que me tapase los ojos cuando aparecía una chica desnuda en las películas. ¿Fue difícil encontrarme con la posibilidad de verlas desnudas? Para nada. Primero me crucé con esos canales para adultos, que antes existían, y después encontré por casualidad y por curiosidad una revista de Playboy de mi hermano mayor. Así, consumido por mis deseos, aquel niño no tardó en buscar contenido sexual en el ordenador. Sabiendo que era malo por su familia, y por su religión, pero con un deseo que no podía frenar, entré en mi primer vídeo porno. Y como todo un niño, empecé no solo a ver vídeos porno, sino también a jugar a juegos de pornografía.

Este acercamiento me llevó a muchos años de empezar a hacer de estas conductas un ritual, y a experimentar con ellas por mí mismo. Me empecé a aislar, y era muy duro: era un niño que apenas con 10 años ya vivía una doble vida. Presionado por la sociedad, logré adaptarme mostrando lo bueno y ocultando lo malo, cargando temas que un niño no tuvo que haber conocido.

Los contenidos que miraba y buscaba, empezaban a ser cada vez más diferentes y extraños. En un principio, como todo adicto, los aceptaba, y quería pasar al acto, quería experimentarlos; pero por suerte mis condiciones de niño no me dieron tantos lugares donde experimentarlo.

El momento de cambio

Llegué a un momento de mayor conciencia, y en mi pubertad, en vez de experimentar, decidí que quería parar, porque empecé a notar mi falta de control, empecé a notar que año tras año, me decía lo mismo: «esta vez sí paras».

Mi sexualidad era cada vez más extraña, y me preguntaba si había sido influenciada, o si en verdad todo habría sido diferente de no haber experimentado con la pornografía y sus categorías. Todo se volvió muy confuso… El niño adicto se convirtió en un adolescente perdedor y sin rumbo. Pero, sin embargo, aún me veía parcialmente adaptado a las exigencias de lo externo: ni tan bueno, pero ni tan malo, y así era catalogado. Me mantenía enjaulado, fui encerrado por mí mismo, cuando pude haber sido aquel Álvaro que tanto idealizaba y con el que soñaba.

He hecho muchas cosas malas a causa de esta adicción. He perdido oportunidades, me ha hecho sobrevivir antes que vivir… Cuando pienso en si me dio algo bueno, no se me ocurre nada.

Llegué al límite, que es la disfunción eréctil, con apenas 25 años, mi edad actual. Honestamente, ya ni sé cuándo fue la última vez que tuve una erección. Noto como muchos de mis amigos han disfrutado de relaciones. Veo al mundo disfrutando de todo esto, que para mí ha sido distorsionado por píxeles que me traicionaron, me hicieron creer que estaba disfrutando, pero solo estaba cavando mi propia tumba.

Un sueño a futuro

Esta historia no es una historia completa, pero es un resumen de lo que ha sido el porno en mi vida. Mi contexto fue complicado, y he logrado a entender la razón de mi vínculo. A día de hoy, estudio psicología y admiro organizaciones como Dale Una Vuelta, que rápidamente se dieron cuenta de los evidentes efectos negativos, y decidieron hacer algo al respecto.

Mi sueño es contribuir con una organización más como esta, o unirme a la batalla de alguna ya existente. He decidido dejar de lado todo sueño normal, porque, si bien la pornografía me quemó el cerebro y arruinó mi sexualidad, puedo ver lo positivo, y es que me eligió a mí para ser el guerrero que irá a ayudar a los que, en medio de la batalla, están a punto de morir. Yo aún estoy aguantando, llevo años batallando, y sé que mi experiencia le servirá al resto, a quienes injustamente fueron insertados en esta guerra.

Recomponerse en la batalla

Lo que me ayudó a darme cuenta de que tenía un problema fue la psicoeducación. Aprender sobre los riesgos y entender que el sexo no es lo mismo que la pornografía fue clave para mí. Los problemas que empezaron a surgir en mi vida también me lo dejaron claro. Siempre fui consciente de que algo no estaba bien, pero el miedo al qué dirán me impidió pedir ayuda. Lo más difícil de esta adicción es que en muchas partes sigue siendo un tabú, lo que genera vergüenza y culpa. Si tienes a alguien de confianza, es importante hablarle del tema, pero también mostrarle que ya estás dando pasos hacia la recuperación, como investigar y encontrar organizaciones como Dale Una Vuelta.

En mi caso, nunca me sirvió contar las rachas ni enfocarme en el tiempo sin recaídas. Para mí, la clave ha sido saber recomponerme cuando recaigo, sin caer en el «ya que he caído, voy a seguir haciéndolo». Mejorar tu vida en todos los aspectos y encontrar un propósito que te motive es fundamental para salir del ciclo en el que estás atrapado. Pasar de un círculo vicioso a uno virtuoso requiere esfuerzo y compromiso.

Según mi experiencia, y lo que he aprendido, quienes enfrentan este problema deben aspirar a darle una vuelta completa a su estilo de vida. Buscar ayuda y comprometerse a cambiar hábitos es crucial, aunque sé que es difícil. Si aún eres joven y no llevas mucho tiempo en esta situación, tienes una oportunidad invaluable para hacer el cambio. Nunca es tarde, ni importa la edad.