Diego no es un chico, no es un joven, sino un adulto bastante adulto. Ha pasado muchos años de su vida jugando a ser dos personas a la vez: una de cara a los demás y la otra de cara a sí mismo, con sus placeres y sus intentos de salir una y otra vez. Hasta que se da cuenta de que nada como la compañía, dejarse ayudar, es lo que realmente le va a servir de escalera para subir esos peldaños… El nombre de Diego no es real, para guardar su identidad.

 

En mi casa siempre había alguna revista “para hombres” donde aparecían desnudos femeninos y mirarlas me atraía mucho; más adelante, con unos 10 años, encontré otra revista que mi padre escondía, donde había imágenes pornográficas y esas imágenes me daban curiosidad y asco.

Siempre había sido un chico solitario, con pocos amigos, nada popular, pero con una gran atracción por las chicas. Anhelaba el amor, pero sólo me daban su amistad en el mejor de los casos. Y antes de la adolescencia murió mi padre y todo en casa era tristeza y soledad.

En aquella época descubrí la masturbación y comenzó como un juego el ir a comprar revistas eróticas, o recopilar anuncios eróticos de lencería en revistas normales, etc. En ese juego buscaba la mejor fotografía que me trasladara a un mundo donde no había soledad ni tristeza ni problemas, y todas esas chicas que veía siempre sonreían. Con el tiempo, ese juego de buscar y obtener la mejor imagen, se convirtió en mi “juego” favorito, para el cual apenas había consecuencias negativas.

Después de la adolescencia, me eché novia y quedó muy olvidado ese “juego” o hobbie, pero al tiempo, en algunos casos de aburrimiento, soledad, enfado, estrés, cansancio, o al tener una temporada con sentimientos negativos por problemas en casa o con los estudios, recurría a la automedicación de ese sufrimiento con el porno, pero ya comenzaba a sentirme culpable después de haber recurrido a ello y además lo mantenía en secreto junto a ese montón de revistas y vídeos que iba acumulando.

Después de casarme, comencé a trabajar y pasaba la semana solo viajando y, aparte de las llamadas a mi mujer, lo único bueno eran los ratos viendo y almacenando porno. Un par de años más tarde ya no viajaba, pero también pasaba muchas horas solo en casa y como no había cultivado otros modos de diversión, pasaba muchas horas frente al ordenador descargando contenido pornográfico, buscando la imagen perfecta, o el vídeo perfecto que culminaba en la masturbación.

El agujero negro

Con el tiempo el contenido se hacía más morboso y cada vez se hacía más difícil encontrar esa imagen o vídeo perfecto, teniendo que estar en cada sesión desde 3 hasta 12 horas seguidas. Este “pasatiempo” ya me traía consecuencias negativas en el sueño, el trabajo o con mi esposa, con la que ya no estaba tan receptivo a sus caricias, y de la que me iba distanciando al mentir para que no descubriera lo que había estado haciendo. Lo que era un pasatiempo para cubrir la soledad o una “medicación” para compensar mis estados de ánimo negativos, tomó entidad propia convirtiéndose en una actividad que me empezaba a quitar cosas valiosas de mi vida. Es como si yo hubiese construido sin darme cuenta un “agujero negro” que iba absorbiendo toda mi vida, y del que no tenía control, sólo podía ocultarlo y vivir con ese secreto.

Al haber consecuencias negativas que no sólo me afectaban a mí, decidí dejar ese mal llamado “entretenimiento de adultos”, pero ya era tarde, me había hecho adicto, no tenía control sobre ello y tenía que seguir mintiendo para seguir con mi “juego”, que se había convertido por un lado en lo que más me gustaba hacer y por otro lado en un “monstruo” que me estaba robando mi auténtica vida y lo que más quería.

Ese agujero negro me estaba dividiendo en dos. Como en la novela del “Doctor Jekyll y Míster Hyde”, la mayor parte del tiempo era una buena persona, responsable, amable, cariñosa, etc., pero por dentro había oculto un pequeño Míster Hyde que se iba haciendo más grande. Es como si tu Yo bueno conduce el coche de tu vida y tu Yo malo, cuando le apetece, toma el control del volante y te manda donde no quieres ir. Así, crecía la sensación de estar convirtiéndome en alguien que no quería ser.

El freno

Después volví a la fe y me hice el propósito firme de no volver a caer, además se lo conté a mi esposa y todo ello fue mi freno a esa caída sin final.

Sin freno puedes perderlo todo, le quitas tiempo a tu familia y al trabajo. Donde yo veía una imagen, mi mujer veía a la persona tras la imagen. Para ellas es un trauma doloroso, porque es como si le fueras infiel con las chicas del porno, y en cierto modo es así. Es un secreto que te aparta de ella. Y lo que no une, desune.

Estuve largas temporadas sin caer en ese vicio. Tiré todo el material acumulado, puse filtros a Internet, busqué otra aficiones, etc. Intenté por mis medios salir de ello, hice un curso en 2019 sobre este problema en la asociación Dale Una Vuelta, compré libros y aprendí mucho sobre lo que me pasaba con la pornografía.

El pozo

Hice de todo, pero no fue suficiente, porque cuando me sentía mal o había algún problema, recurría a mi antiguo antídoto al sufrimiento. Hice de todo, pero lo hice solo. Lo hice solo por la vergüenza a contárselo a alguien más y porque tenía el convencimiento de que si había conseguido estar “limpio” durante largo tiempo podría hacerlo también para siempre y así lo creía, pero no.

Llegaron las recaídas y entonces te sientes sin esperanza, porque te supera, no tienes el control, y además no tienes otro modo de superar el sufrimiento sin recurrir a lo de siempre. Y lo intentas una y otra vez, sin éxito. Es como un pozo en el desierto que tú haces y vas cavando para llegar al agua sucia que te sacia y enferma a la vez, pero llega un momento sin darte cuenta, que has cavado tan hondo que no puedes salir ya de él.

La pornografía es un problema en el que se entra solo, pero se sale acompañado.

Bailar con mis emociones

Llevo dos meses recibiendo ayuda profesional desde la asociación Dale Una Vuelta y sé que tengo que tener paciencia y que un problema que me he creado en 30 años, no se va a solucionar de la noche a la mañana, pero no estoy solo y después de una caída siempre me levanto porque tengo esperanza. Ahí está la clave.

Cada uno tiene su historia personal, errores y enfermedades y cada tratamiento se adecuará a eso; en mi caso particular creo que, en vez de dominar mis emociones negativas, tengo que aprender a “bailar con ellas”.

Es una mentira que el ver porno no le hace daño a nadie, te haces daño a ti mismo y contribuye a la explotación sexual de mujeres. Y si no le pones freno, no sabes hasta donde puedes caer, convirtiéndote en alguien que no quieres ser; las cosas que hayas visto siempre te acompañarán y con ese tiempo perdido podrías haber construido algo hermoso para ti y para los demás, pero el tiempo ya se fue.

En mi opinión, después de tanto tiempo, pienso que el porno te pudre el cerebro. Este es mi consejo: no lo busques, no lo veas, no lo compartas.

Imagen: Pixabay